“El Signo del Número”

Por Nigel Elmsworth
Londres, año de gracia de 1896

Capítulo I – Una sugerencia entre tazas de té

Fue en el salón del Dr. John H. Watson, una tarde de cielo plomizo y té con bergamota, cuando surgió por vez primera la idea de dar nombre formal a mi despacho de investigaciones.

La conversación había derivado, como era habitual en él, hacia memorias compartidas con aquel compañero suyo de mente prodigiosa, cuya silueta aún parecía recorrer el piso superior de Baker Street.

—“Si ha de dedicarse usted a estos asuntos, Elmsworth,” dijo Watson, con un leve temblor en la voz que no empañaba su firmeza, “hágalo con método. Hágalo con verdad. Y, por qué no, hágalo con nombre.”

—“¿Sugiere que tome el suyo?”, pregunté, más por modestia que por duda.

—“Sugiero que tome el de la casa que lo hizo posible.”

Así nació la intención de bautizar mi modesta consulta con la célebre denominación:

221B Baker Street – Investigación Privada

Capítulo II – Una carta con sello

No había pasado una semana desde la colocación de la placa —de bronce trabajado, sobria y digna— cuando recibí en mi escritorio una carta lacrada, redactada con tono educado pero firme. Procedía de un reputado despacho de investigadores privados, quienes, por legítima coincidencia, habían registrado poco tiempo antes una denominación profesional que incluía igualmente el número 221B.

Su preocupación, entendible, residía en la posibilidad de confusión entre ambas entidades. Me solicitaban, por vía amistosa, reconsiderar el uso de tal nomenclatura.

Leí la misiva con atención. Y respondí con el debido respeto, exponiendo no sólo mis razones, sino la historia viva que me unía —por enseñanza, legado y vocación— a aquel domicilio.

Capítulo III – Litigio entre caballeros

No hubo hostilidad, pero sí procedimiento. El asunto fue llevado a deliberación legal conforme a las costumbres y leyes del Reino. Durante meses, ambas partes comparecimos con dignidad ante los tribunales, cada cual defendiendo su derecho con pruebas, sin ofensa.

En mi caso, presenté documentos firmados por el propio Dr. Watson, quien acreditaba mi vínculo con él y su recomendación expresa del nombre. También se aportaron registros históricos de la existencia real del 221B como dirección residencial y profesional en el tiempo de Holmes.

El tribunal, finalmente, emitió su dictamen: la denominación que yo empleaba no contravenía ni imitaba la otra marca ya inscrita, pues respondía a un vínculo legítimo, histórico y testimonial, y su uso no se consideraba desleal ni confuso en el contexto adecuado.

Capítulo IV – De placas y propósitos

Así, la placa no fue retirada. Y sigue allí, discreta pero firme, sobre la puerta de un despacho donde aún se escuchan pasos que dudan, historias que buscan ser escuchadas, y verdades que desean ser descubiertas.

No me enorgullezco del resultado como si fuese una victoria, sino como quien recibe una bendición silenciosa: la de continuar, con pulso firme y mirada clara, una forma de entender la verdad que no pasó de moda con la muerte de los diarios de Watson ni con la sombra del violín.

Y a quienes preguntan por qué elegí ese nombre, suelo responder:

—“Porque el 221B no es sólo una dirección. Es un modo de mirar al mundo. Y ese modo sigue vivo.”



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