El Caso de la Camarera Furtiva

Era una tarde gris de octubre, y la niebla londinense se enroscaba por los ventanales de
Baker Street como un gato indeciso. Holmes se hallaba abstraído en la lectura del Times,
mientras yo revisaba unas notas médicas cuando un mensaje urgente fue traído por el joven
Wiggins, de la pandilla de los Irregulares.


—Un caballero solicita los servicios del Sr. Holmes —dijo el muchacho, dejando una tarjeta
amarillenta sobre la mesa.


No era un nombre conocido para nosotros, pero sí para otro que frecuentaba nuestro
despacho: el detective consultor S.R., colega de Holmes, y cuya discreción y eficacia en los
círculos de la restauración londinense le habían granjeado una cierta fama entre los dueños
de locales nocturnos.


El caso que traía aquel caballero, propietario de una taberna en los arrabales del East End,
parecía en principio trivial. Una de sus camareras, joven de carácter voluble y amistades
dudosas, había cambiado súbitamente de conducta. El patrón, hombre pragmático, no
habría prestado mayor atención a sus correrías nocturnas, si no fuera por un hecho
inesperado: la muchacha solicitó una baja médica alegando una lesión en la mano, ocurrida,
según su relato, durante una jornada laboral.
Hasta aquí, nada extraordinario.


Pero el señor aseguraba tener fundadas sospechas de que su empleada, lejos de guardar
reposo, se dedicaba en su tiempo de convalecencia a visitar gimnasios y, tal vez, a disfrutar
de viajes con compañías poco recomendables. Su hermana —dueña también de un local—
ya había recurrido a los servicios del detective S.R. meses atrás, con resultados impecables.
—No me importa con quién se junte, ni si se lesiona o no —nos dijo el dueño con un deje
seco—, pero no toleraré que use la baja como coartada para holgazanear mientras cobra del
negocio.


Holmes, que escuchaba desde su butaca, encendió su pipa con parsimonia.


—Watson, este asunto es perfecto para nuestro colega. Hay algo especialmente interesante
en las mentiras pequeñas: tienden a esconder hábitos más oscuros. ¿No lo cree usted, S.R.?

Y así comenzó la vigilancia. Durante cinco días y cuatro noches, el detective S.R. siguió los
pasos de la joven desde las primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche. Lo que
descubrió no fue solo una infracción laboral, sino una red más amplia de actividades en
paralelo que, por discreción, no revelaremos aquí, pero que bastaron para justificar al
cliente el inicio de las acciones correspondientes.


El informe fue entregado con la pulcritud habitual. Y una vez más, el círculo de locales de
ocio de la ciudad supo que, cuando la verdad se oculta tras una sonrisa y una venda, siempre
hay quien puede verla.

—Detective S.R.
221B Baker St Investigación Privada



Deja una respuesta

Esta página web utiliza cookies propias y de terceros. Si continua navegando consideramos que acepta su uso. We are committed to protecting your privacy and ensuring your data is handled in compliance with the General Data Protection Regulation (GDPR).